Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles
La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por
supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la
inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un
dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el
amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único
valor está dado por el ejercicio del poder.
Los
imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer
término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes
hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas,
desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de
los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está
organizada contra la poesía.
Como
la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del
hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los
imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles
necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la
poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en
elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia.
Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas,
poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los
imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se
puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que
sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de
sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de
expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la
palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la
creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad
misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella
misma.
La
puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de
incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador,
que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la
realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
Por Aldo Pellegrini
Publicado en Poesía = Poesía Nº 9 Agosto de 1961,
Buenos Aires
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