La leyenda del fuego
Hace mucho tiempo, cuando ni el sol ni la luna se habían
creado y del cielo no colgaban todavía las estrellas, el mundo estaba sumido en
la más absoluta oscuridad. Por aquel entonces sólo vivían en nuestro planeta
seres mitológicos como los elfos, ogros, enanos, etc. Para ver utilizaban
antorchas y los árboles estaban desnudos, sin hojas ni flores que adornasen sus
largas ramas, que se alzaban hacia el cielo, como si buscasen la luz para poder
ser más que unos simples troncos que no daban señales de vida. Era pues, un
planeta triste y silencioso.
Cierta vez, el dios que reinaba sobre los elementos,
se enamoró de un hada de extraordinaria belleza. Cuando su amor se vio
correspondido, se casaron, a pesar de que estaba muy mal visto entre seres de
distinta raza. Ellos eran felices, pues se tenían el uno al otro, pero el hada
deseaba ser madre y se empezó a sentir muy desdichada, porque sabía que era
imposible.
Todo esto lo supo una ninfa amiga suya (por aquel entonces la
amistad entre hadas y ninfas era frecuente) y le propuso un trato: podría tener
hijos, pero todos pertenecerían a la raza de las ninfas. El hada aceptó, pues
su deseo de ser madre podía con cualquier impedimento.
Pasó el tiempo y el hada quedó encinta. Luego llegó
la hora del parto. Primero nació una ninfa que tenía el don de la belleza y que
representaría el elemento del agua. Luego otra que sería muy inteligente y que
representaría la tierra. Poco después, nació la ninfa del aire, la más ágil y
rápida. Y por último una que sería la más bondadosa, cuyo elemento era el
fuego.
Las cuatro ninfas de los elementos fueron criadas por
sus padres y tuvieron una infancia muy feliz. Cuando se hicieron mayores, su
madre las envió para que convivieran con el elemento de cada una y éstas
partieron a los pocos días.
Un año después, las cuatro hermanas se encontraron.
Después de multitud de abrazos y risas, decidieron contar cada una su
experiencia. Habló primero el agua, la primera en nacer:
- Yo he visto manantiales y cataratas. He visto el
rocío de la mañana y la fresca lluvia. Me encanta el elemento que represento.
- Pues yo -dijo la tierra, que era la siguiente- he
visto grandes montañas. He entrado en bellas cuevas y me he tumbado en la fina
arena de la playa. Mi elemento es hermoso.
- Yo, como ninfa del aire -dijo la siguiente- he oído
ulular al viento y lo he sentido acariciando mi piel. Ha jugado con mis
cabellos, ¿no es maravilloso?.
Las tres ninfas, que ya habían acabado su relato,
callaron, esperando oír la historia de su hermana. Como no decía nada, le
preguntaron:
-¿Y tú qué has visto?, ¿cómo es el fuego?
Ésta aguantó las lágrimas, horrorizada de la
experiencia que había vivido. Pero decidió compartir su congoja con sus
hermanas.
- ¡Ha sido horrible! He visto monstruosos rayos que
rompían en el cielo y que hacían temblar todo con su sonido. He visto a las
llamas quemar los bosques y casas, destruyendo todo a su paso y matando a mucha
gente. Lo he pasado muy mal. Odio el fuego, ¡lo odio!
Sus hermanas, que eran crueles y no sentían compasión
le, respondieron:
- Eres pues, un ser malvado. No te queremos con
nosotras y nadie querrá estar contigo. Deberías irte lejos de aquí. Eres una
deshonra para nuestra familia.
Al oír esto, la pobre ninfa del fuego se fue,
llorando sin consuelo. Sus hermanas pensaron que moriría de dolor y, al poco
tiempo, volvieron a casa. Sus padres las recibieron con gran alegría, pero
echaron en falta a su hija pequeña. Cuando les preguntaron por ella, las tres
ninfas mintieron y dijeron que no la habían visto.
La madre decidió salir a buscarla y a todo el mundo
le preguntaba por su hija perdida. Un ser pequeño, redondo y de grandes ojos
había estado presente en el encuentro de las cuatro ninfas y se lo contó todo.
El hada se marchó llorando al enterarse, dando a su
hija por muerta y decidió castigar a sus tres hijas. Creó las inundaciones, los
terremotos y los huracanes y las ninfas se sintieron muy desgraciadas.
Pero la ninfa del fuego no había muerto. Cuando se
separó de sus hermanas voló y voló hacia el cielo, como queriendo huir de aquel
mundo. Y cuando no pudo más y se creyó morir, una luz inundó todo su cuerpo,
una luz tan grande que alumbró la
Tierra, aunque la había dejado muy, muy atrás. Y la estela
que dejó mientras volaba se convirtió en lindos luceros. Así pues, se había
transformado en el sol y su rastro en las estrellas. Y con su luz en los
árboles brotaron hojas, frutos y flores de todos los colores y muchas plantas
muy diversas. Nacieron multitud de animales y la Tierra se convirtió en un
planeta hermoso. Cuando volvió a ver una tormenta se asustó un poco, pero su
luz traspasó las gotas de lluvia y se deshizo en mil colores: el primer arco
iris.
La ninfa del fuego no se volvió a sentir desgraciada,
pues ella, el sol, era fuente de vida y disfrutaba viendo desde allí arriba
todas las cosas bellas que había creado.
Su madre se sintió muy feliz, pues su hija había
comprendido la importancia de su elemento, a partir del cual se obtiene todo lo
demás, que le da vida a todo y que nos permite observar las maravillas de la
naturaleza. Y para no perderla nunca de vista creó un gran espejo que reflejase
a su hija cuando se escondía en el horizonte y le llamó Luna.
Hoy en día el sol nos inunda con su luz cuando es de
día, y cuando éste se pone salen la
Luna y las estrellas y todos miramos hacia arriba para
contemplar tanta belleza.
Y es entonces cuando nuestra amiga se siente más
feliz.
Fuente:
http://tierra-leyendas.blogspot.com.ar
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