El
poema respira por sus manos…
El poema respira por sus
manos,
que no toman las cosas: las respiran
como pulmones de palabras,
como carne verbal ronca de mundo.
Debajo de esas manos
todo adquiere la forma
de un nudoso dios vivo,
de un encuentro de dioses ya maduros.
Las manos del poema
reconquistan la antigua reciedumbre
de tocar a las cosas con las cosas.
Cuarta poesía vertical, 1969.
Desbautizar
al mundo…
Desbautizar al mundo,
sacrificar el nombre de las cosas
para ganar su presencia.
El mundo es un llamado
desnudo,
una voz y no un nombre,
una voz con su propio eco a cuestas.
Y la palabra del hombre es
una parte de esa voz,
no una señal con el dedo,
ni un rótulo de archivo,
ni un perfil de diccionario,
ni una cédula de identidad sonora,
ni un banderín indicativo
de la topografía del abismo.
El oficio de la palabra,
más allá de la pequeña miseria
y la pequeña ternura de designar esto o aquello,
es un acto de amor: crear presencia.
El oficio de la palabra
es la posibilidad de que el mundo diga al mundo,
la posibilidad de que el mundo diga al hombre.
La palabra: ese cuerpo hacia
todo.
La palabra: esos ojos abiertos.
Sexta poesía vertical, 1975.
Toda
palabra llama a otra palabra…
Toda palabra llama a otra
palabra.
Toda palabra es un imán verbal,
un polo de atracción variable
que inaugura siempre nuevas constelaciones.
Una palabra es todo el
lenguaje,
pero es también la fundación
de todas las transgresiones del lenguaje,
la base donde se afirma siempre un antilenguaje.
Una palabra es todavía el
hombre.
Dos palabras son ya el abismo.
Una palabra puede abrir una puerta.
Dos palabras la borran.
Séptima poesía vertical, 1982.
Desgarrar
el papel al escribir…
Desgarrar el papel al
escribir
para que desde el comienzo
asome por debajo el deterioro,
el desgaste, el hundimiento
al que se debe someter toda escritura.
Esa invalidez inaugural
limará las palabras
y acortará los desahogos,
hasta que surja el hilo retorcido
y ajustadamente abismal
del lenguaje correspondiente al hombre.
Que la escritura desguarnezca
a la mano que simula providencias.
Que la escritura no contribuya a armar la máscara
sino el rostro sin afeites que oficiamos.
Que la escritura enrole en su constancia
la cantera y la piedra,
la secuencia y el término,
la destrucción y el límite.
Octava poesía vertical, 1984.
Celebrar lo que no existe…
Celebrar lo que no existe.
¿Hay otro camino para celebrar lo que existe?
Celebrar lo imposible.
¿Hay otro modo de celebrar lo posible?
Celebrar el silencio.
¿Hay otra manera de celebrar la palabra?
Celebrar la soledad.
¿Hay otra vía para celebrar el amor?
Celebrar el revés.
¿Hay otra forma de celebrar el derecho?
Celebrar lo que muere.
¿Hay otra senda para celebrar lo que vive?
El poema es siempre
celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo,
su espalda de fervor restituido,
su puño de desenvarado entusiasmo,
su más justa pronunciación, la más firme,
como si estuviera floreciendo la voz.
El poema es siempre
celebración,
aunque en sus bordes se refleje el infierno,
aunque el tiempo se crispe como un órgano herido,
aunque el funambulesco histrión que empuja las palabras
desbande sus volteretas y sus guiños.
Nada puede ocultar a lo
infinito.
Su gesto es más amplio que la historia,
su paso es más largo que la vida.
Novena poesía vertical, 1986.
Las
palabras no son talismanes…
Las palabras no son
talismanes.
Pero cualquier cosa puede
transmutarse en poesía
si la toca la palabra indicada.
No es asunto de magia ni de
alquimia.
Se trata de pensar de otro modo las cosas,
palparlas de otro modo,
abandonar las palabras que las usan
y acudir a las palabras que las cantan,
las palabras que las levantan en el viento
como clavos ardiendo en el asombro.
Estacas convertidas en
estrellas,
zapatos para calzar crucifixiones,
cegueras abiertas en la espalda del día,
visiones reservadas para volver a despertar,
ternuras que se postergan para salvar el amor.
Se trata solamente de crear
otra voz:
la voz ausente adentro de las cosas.
Undécima poesía vertical, 1988.
Quisiera
a veces borrar todos mis versos…
Quisiera a veces borrar todos
mis versos
para escribir por primera vez un poema.
Todo lo escrito no me alcanza
para sentir que he escrito uno.
Tampoco es suficiente haber
vivido:
vivir comienza siempre ahora.
Decimotercera poesía vertical, 1994.
Soñamos
con un lector perfecto…
Soñamos con un lector
perfecto.
Superior a nosotros.
Mejor aun que la propia lectura
de nosotros mismos.
Para él escribimos,
aunque no exista.
No podemos dejar de sentir
que se esconde detrás de ese silencio
que arrastran las palabras
como una túnica partida.
Quizás si persistimos
en este oficio desolado
de elevar torres sin andamios,
el lector que no existe
despierte alguna vez
allí donde el lector
ya no es necesario
porque al final toda lectura se lee sola.
Decimocuarta poesía
vertical, 1997.
El
silencio que queda entre dos palabras...
El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del árbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento.
Así como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.
Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,
tal vez más que el lector.
Las
distancias no miden lo mismo...
Las distancias no miden lo mismo
de noche y de día.
A veces hay que esperar la noche
para que una distancia se acorte.
A veces hay que esperar el día.
Por otra parte
la oscuridad o la luz
teje de tal manera en ciertos casos
el espacio y sus combinaciones
que los valores se invierten:
lo largo se vuelve corto,
lo corto se vuelve largo.
Y además, hay un hecho:
la noche y el día no llenan igualmente el espacio,
ni siquiera totalmente.
Y no miden lo mismo
las distancias llenas
y las distancias vacías.
Como tampoco miden lo mismo
las distancias entre las cosas grandes
y las distancias entre las cosas pequeñas.
Poesía
vertical 24
Darlo todo por perdido.
Allí comienza lo abierto.
Entonces cualquier paso
puede ser el primero.
O cualquier gesto logra
sumar todos los gestos.
Darlo todo por perdido
Dejar que se abran solas
las puertas que faltan.
O mejor:
dejar que no se abran.
Roberto Juarroz (1925-1995) Argentina