Esta noche
Como duelen los vientos esta noche
cuando lejos los tambores de la guerra
se acarician tristemente y pedazos de cielo
se desprenden podridos, fatigados.
Esta noche en la habitación con aroma de durazno
los amantes susurran como soldados heridos
y recuerdan su primer beso como una suave bala.
En los vejados divanes, los abuelos de risa lánguida
sólo esperan la fría caricia de la muerte
y se entretienen, tejiendo, sus horas de recuerdos.
La noche avanza como un gran dios que hechiza en el
miedo
más allá de los bosques y las sombrías trampas,
más allá del salvaje amor de la hembra humillada.
En esta noche de mirada de lobo
cómo duele el silencio que reposa como muchacha febril
detrás de los cristales de las casas.
Como duelen los vientos esta noche
cuando lejos los tambores de la guerra
se acarician tristemente y pedazos de cielo
se desprenden podridos, fatigados.
Esta noche en la habitación con aroma de durazno
los amantes susurran como soldados heridos
y recuerdan su primer beso como una suave bala.
En los vejados divanes, los abuelos de risa lánguida
sólo esperan la fría caricia de la muerte
y se entretienen, tejiendo, sus horas de recuerdos.
La noche avanza como un gran dios que hechiza en el
miedo
más allá de los bosques y las sombrías trampas,
más allá del salvaje amor de la hembra humillada.
En esta noche de mirada de lobo
cómo duele el silencio que reposa como muchacha febril
detrás de los cristales de las casas.
Quiero un viernes...
I
Quiero un viernes
para morir de olvido.
Un viernes
de silencio
que talle mi muerte.
Quiero un viernes
de luna clara y ancha
para anclar mi cuerpo
sin prisa alguna.
Un viernes frío
que tale el árbol
De mi vida infértil.
Un viernes frío
frío
que hiele
mi cuerpo estéril.
un viernes
de César Vallejo
y voz herida,
de hombre
ebrio de angustia...
Quiero morir un viernes
despacio, despacio
para reírme del día
que se lleva
mi cuerpo herido.
Quiero un viernes frío,
frío
de muerte, frío!
II
Nosotros
los de abajo
y la sonrisa triste
los de la voz fuerte
y la rabia contenida.
Nosotros
los de las noches
con olor a aguardiente
y mañana de pan duro.
nosotros
los que fundimos la esperanza
en las manos
los que sabemos que la tierra
está preñada de una fértil venganza.
Nosotros
los que nunca tuvimos oportunidad
de nada
arrancamos en un grito
la voz de todos
cada mañana.
Quiero un viernes
para morir de olvido.
Un viernes
de silencio
que talle mi muerte.
Quiero un viernes
de luna clara y ancha
para anclar mi cuerpo
sin prisa alguna.
Un viernes frío
que tale el árbol
De mi vida infértil.
Un viernes frío
frío
que hiele
mi cuerpo estéril.
un viernes
de César Vallejo
y voz herida,
de hombre
ebrio de angustia...
Quiero morir un viernes
despacio, despacio
para reírme del día
que se lleva
mi cuerpo herido.
Quiero un viernes frío,
frío
de muerte, frío!
II
Nosotros
los de abajo
y la sonrisa triste
los de la voz fuerte
y la rabia contenida.
Nosotros
los de las noches
con olor a aguardiente
y mañana de pan duro.
nosotros
los que fundimos la esperanza
en las manos
los que sabemos que la tierra
está preñada de una fértil venganza.
Nosotros
los que nunca tuvimos oportunidad
de nada
arrancamos en un grito
la voz de todos
cada mañana.
Orfandad
En
la orfandad del silencio
no
espero la respuesta,
hurgo,
como el águila hurga el aire de su vuelo,
porque
la palabra que retorna,
es
el cristal donde la luz restalla,
déjame
decir en el solar del árbol,
dos
sílabas de pájaro temblando.
Acaso
estás tan ausente en mis tendones,
tan
herido de las yedras de mi pausa,
tan
silencio en la espina dorsal de mis palabras,
tan
ido de mi lado, tan éxodo por mí,
tan
encallado en mí
como
ramas temblando de granizo.
Y
un día, después del ayer y antes del mañana,
nos
podamos encontrar
para
arribar por siempre en la azul orilla
de
la aurora.
Por
ahora, sueño la tortuga
que
arrastra la casa hacia su piedra,
los
lobos en cardumen,
los
peces en jauría;
el
cuerpo vuelto arcilla,
en
la epidermis de la esfera.
Escribo
como
se traza un mapa de membranas,
para
que mi aurícula no se piense rota,
y
mi hueso sacro no delire espera;
porque
de migajas se hace el pan,
reclamando
migajas, escribo
delante
de nueve cartas que se juntan,
hacia
atrás del tiempo en contravía,
a
unas horas de regreso,
en
las mañanas antiguas del futuro;
como
la yedra que hoy se inicia
y
empieza a recordarnos.
Orietta Lozano (Colombia)
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