lunes, 6 de septiembre de 2021

Poemas de Paulina Vinderman (Argentina)

 

 

 


 

 

 

Escalera de incendio

Me asomo a la ventana como todas las tardes
para escribirte.
Este cielo es tan pálido que da miedo mirarlo
(y de los jacarandáes con el abuelo basta.)
Sé que estoy viva, es decir
camino calles y Veo el trabajo del azar
en la arboleda.
Nada resplandece en los papeles que rondo,
el muchacho de la batería toca de seis a siete
mientras su madre visita amigas
con alguna receta para dejar de amar.
En todo caso la soledad es la que resplandece
y a veces la sequía,
quiero ver al infinito revolotear
en esa torpe batería:
una señal, la traición de una señal, la ficción
de una señal.
Nada es seguro, ya ni siquiera me desvelo
por una palabra para hacerle feliz.

De "Transparencias" 2005

 

 

La muerte de la imaginación

"Lo que más temo es la muerte de la imaginación"
                                                                            Sylvia Plath

El corazón no tiene quien le escriba,
nadie se atreve a cruzar la noche remando
en la intemperie
                ( nadie se ve )
Y si no fue más que un amor negro, susurrante
que nada da,
el viaje más lejano fue el de mi cabeza
hacia su hombro
                ( el más inútil )

La rama golpea en la terraza
pero es solamente oscura. El miedo
se sienta a comer un pastel en la cocina
                 ( y dice que es real )

¿Alguien pudo tocar a la desesperación?

Terciopelo, papel de diario, una lata oxidada,
no hay vacuna contra las superficies.

El mundo es un hueco tapado con barniz
                  ( y no respira. )

De "Bulgaria" 1998

 

 

Otra vez cúpulas en el poema, otra vez la ciudad...

Otra vez cúpulas en el poema, otra vez la ciudad.
Las travesías se volvieron copias
de ciudades tocadas sólo por supervivencia,
para regresar a la mía.
Como si ella contuviera todos los números, los secretos,
las pasiones del mundo.
Alguna vez una calle me devuelve el desierto
y cuando oscurece,
las sombras de las bolsas de basura
son instalaciones de museo, que sólo puedo ver
cuando mi memoria agotada olvida el mar, aquellas grúas
detrás de las cercas, la mujer del turbante azul que
me vendió la caja mágica y la oportunidad
de atesorar mis miedos como mariposas atrapadas
en la belleza de su oro.
Hay que aprender la asfixia como se aprende un idioma.
Nadie llorará por la ausencia de las alas contra el cielo.

De "El muelle" 2003

 

Paulina Vinderman


lunes, 2 de agosto de 2021

Poemas de Mercedes Roffé (Argentina)

 

 

 


 

 

 Indagaciones

 

Pero

¿qué es el pasado? ¿qué el presente?

¿acaso es posible distinguir

la cortina de hierro y nube

que los separa y los une?

 

¿no acuden las memorias al presente

y jalonan los días

tanto o más que el espanto

nuestras noches?

 

memoria y percepción

¿no son coetáneos?

 

si la mente es perpetuo movimiento

y el tiempo es movimiento

y el ayer y el hoy se buscan

en una danza que es, a un tiempo,

repetición y réplica y

contrapunto

 

¿no es así que llamamos pasado

a ciertas escenas –postales–

más inmediatas aun –como instantáneas–

momentos de hoy y antaño

dándose sentido mutuo

confluyendo

en ese diario de viaje

que es la vida?

 

¿qué modifica qué? ¿qué incide

en qué? ¿el pasado

en el presente? ¿la infancia

en la vida toda? ¿o quizás el presente

en ese ayer

revisitado siempre

soñado y reescrito y desvirtuado

siempre

desde el saber

o la agonía de hoy?

 

 

Situación para curar a un enfermo

 

invitad gente. invitadlos a todos. a una fiesta. una gran fiesta.

y si el enfermo no quiere salir de la cama, dejadlo, que no salga.

y que haya música y bailes, y cantos y pasteles.

y si el enfermo no quiere bailar, dejadlo, que no baile.

y si el enfermo no quiere cantar, dejadlo, que no cante.

y si el enfermo no quiere comer, dejadlo, que no coma, que no beba.

pero que haya ruido en la casa. y mucha gente.

y que se cuenten cuentos y memorias, y fábulas y acertijos

y si el enfermo no puede o no quiere decir nada, dejadlo

–que no hable,     que no ría,    no recuerde.

pero traed gente a la casa, al jardín de la casa, a la posada, al pueblo

que en la casa haya ruido, mucho ruido. mucha, mucha gente.

y al terminar la fiesta, dos o tres días después, las mujeres

echen todo lo que haya sobrado del banquete en el hueco de una sábana

grandes sábanas bordadas. de preferencia blancas, muy blancas.

de preferencia bordadas.

echen allí los pasteles, las almendras, los higos, las nueces, las castañas,

las moras y las masas hechas, las pastas y los panes, los zumos y los vinos

que lo lleven al río, entre seis, entre cuatro

que lleven la sábana al río, con sus bienes, sus frutos, sus pasteles,

por el bulevar que bajen, las cuatro, las seis al río, varias veces,

y echen todo a la corriente, las sobras del festín, el vino, el agua, el zumo,

las almendras, los higos

y arrojen todo al río, a la corriente

 

 

Éxodos

 

la memoria y el sueño encuentran su discurso

cada cual el suyo

cada cual su propia

articulación

 

sucinta

límpida

desnuda

 

un trazo de pincel marca el contorno

de una situación extrema

sin extremos, sin

patetismos

 

hay superficies planas, duras

diáfanas también –prisma filoso

espejo

piedra que cae a pique

 

portón

 

una mesita de mármol

como una lápida

 

una foto

que se anima y te besa

o te abrasa

 

sueños arrasadores

donde la máscara que somos

aguarda

su capciosa, brutal, inapelable

salida a escena

 

la muerte siempre anunciada

la sangre negra del cuerpo

que se escribe

la entrada en la memoria

y el exilio

 

los caminos son múltiples pero se cruzan

 la tierra de la que se parte, vuelve

vuelve y mora

al acecho

en una lápida, una foto

un espejo

un trazo

una palabra bárbara

incomprensible

 

Mercedes Roffé

lunes, 5 de julio de 2021

Poemas de Roberto Juarroz (Argentina)

 


 

El poema respira por sus manos…

El poema respira por sus manos,
que no toman las cosas: las respiran
como pulmones de palabras,
como carne verbal ronca de mundo.

Debajo de esas manos
todo adquiere la forma
de un nudoso dios vivo,
de un encuentro de dioses ya maduros.

Las manos del poema
reconquistan la antigua reciedumbre
de tocar a las cosas con las cosas.

Cuarta poesía vertical, 1969.

 

 

Desbautizar al mundo…

Desbautizar al mundo,
sacrificar el nombre de las cosas
para ganar su presencia.

El mundo es un llamado desnudo,
una voz y no un nombre,
una voz con su propio eco a cuestas.

Y la palabra del hombre es una parte de esa voz,
no una señal con el dedo,
ni un rótulo de archivo,
ni un perfil de diccionario,
ni una cédula de identidad sonora,
ni un banderín indicativo
de la topografía del abismo.

El oficio de la palabra,
más allá de la pequeña miseria
y la pequeña ternura de designar esto o aquello,
es un acto de amor: crear presencia.

El oficio de la palabra
es la posibilidad de que el mundo diga al mundo,
la posibilidad de que el mundo diga al hombre.

La palabra: ese cuerpo hacia todo.
La palabra: esos ojos abiertos.

Sexta poesía vertical, 1975.

 

 

Toda palabra llama a otra palabra…

Toda palabra llama a otra palabra.
Toda palabra es un imán verbal,
un polo de atracción variable
que inaugura siempre nuevas constelaciones.

Una palabra es todo el lenguaje,
pero es también la fundación
de todas las transgresiones del lenguaje,
la base donde se afirma siempre un antilenguaje.

Una palabra es todavía el hombre.
Dos palabras son ya el abismo.
Una palabra puede abrir una puerta.
Dos palabras la borran.

Séptima poesía vertical, 1982.

 

 

Desgarrar el papel al escribir…

Desgarrar el papel al escribir
para que desde el comienzo
asome por debajo el deterioro,
el desgaste, el hundimiento
al que se debe someter toda escritura.

Esa invalidez inaugural
limará las palabras
y acortará los desahogos,
hasta que surja el hilo retorcido
y ajustadamente abismal
del lenguaje correspondiente al hombre.

Que la escritura desguarnezca
a la mano que simula providencias.
Que la escritura no contribuya a armar la máscara
sino el rostro sin afeites que oficiamos.
Que la escritura enrole en su constancia
la cantera y la piedra,
la secuencia y el término,
la destrucción y el límite.

Octava poesía vertical, 1984.

 

Celebrar lo que no existe…

Celebrar lo que no existe.
¿Hay otro camino para celebrar lo que existe?

Celebrar lo imposible.
¿Hay otro modo de celebrar lo posible?

Celebrar el silencio.
¿Hay otra manera de celebrar la palabra?

Celebrar la soledad.
¿Hay otra vía para celebrar el amor?

Celebrar el revés.
¿Hay otra forma de celebrar el derecho?

Celebrar lo que muere.
¿Hay otra senda para celebrar lo que vive?

El poema es siempre celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo,
su espalda de fervor restituido,
su puño de desenvarado entusiasmo,
su más justa pronunciación, la más firme,
como si estuviera floreciendo la voz.

El poema es siempre celebración,
aunque en sus bordes se refleje el infierno,
aunque el tiempo se crispe como un órgano herido,
aunque el funambulesco histrión que empuja las palabras
desbande sus volteretas y sus guiños.

Nada puede ocultar a lo infinito.
Su gesto es más amplio que la historia,
su paso es más largo que la vida.

Novena poesía vertical, 1986.

 

 

Las palabras no son talismanes…

Las palabras no son talismanes.
Pero cualquier cosa puede
transmutarse en poesía
si la toca la palabra indicada.

No es asunto de magia ni de alquimia.
Se trata de pensar de otro modo las cosas,
palparlas de otro modo,
abandonar las palabras que las usan
y acudir a las palabras que las cantan,
las palabras que las levantan en el viento
como clavos ardiendo en el asombro.

Estacas convertidas en estrellas,
zapatos para calzar crucifixiones,
cegueras abiertas en la espalda del día,
visiones reservadas para volver a despertar,
ternuras que se postergan para salvar el amor.

Se trata solamente de crear otra voz:
la voz ausente adentro de las cosas.

Undécima poesía vertical, 1988.

 

 

 

Quisiera a veces borrar todos mis versos…

 

Quisiera a veces borrar todos mis versos
para escribir por primera vez un poema.
Todo lo escrito no me alcanza
para sentir que he escrito uno.

Tampoco es suficiente haber vivido:
vivir comienza siempre ahora.

Decimotercera poesía vertical, 1994.

 

 

Soñamos con un lector perfecto…

Soñamos con un lector perfecto.
Superior a nosotros.
Mejor aun que la propia lectura
de nosotros mismos.

Para él escribimos,
aunque no exista.
No podemos dejar de sentir
que se esconde detrás de ese silencio
que arrastran las palabras
como una túnica partida.

Quizás si persistimos
en este oficio desolado
de elevar torres sin andamios,
el lector que no existe
despierte alguna vez
allí donde el lector
ya no es necesario
porque al final toda lectura se lee sola.

Decimocuarta poesía vertical, 1997.

 

 

 El silencio que queda entre dos palabras...

El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del árbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento.

Así como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.
 
Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,
tal vez más que el lector.

 

 

Las distancias no miden lo mismo...

Las distancias no miden lo mismo
de noche y de día.
A veces hay que esperar la noche
para que una distancia se acorte.
A veces hay que esperar el día.
Por otra parte
la oscuridad o la luz
teje de tal manera en ciertos casos
el espacio y sus combinaciones
que los valores se invierten:
lo largo se vuelve corto,
lo corto se vuelve largo.
Y además, hay un hecho:
la noche y el día no llenan igualmente el espacio,
ni siquiera totalmente.
Y no miden lo mismo
las distancias llenas
y las distancias vacías.
Como tampoco miden lo mismo
las distancias entre las cosas grandes
y las distancias entre las cosas pequeñas.

 

Poesía vertical 24 

Darlo todo por perdido.
Allí comienza lo abierto.

Entonces cualquier paso
puede ser el primero.
O cualquier gesto logra
sumar todos los gestos.

Darlo todo por perdido
Dejar que se abran solas
las puertas que faltan.

O mejor:
dejar que no se abran.

 

Roberto Juarroz (1925-1995) Argentina