Nos une (extracto de la distancia infinita)
Nos une
el
silencio que no hemos dicho,
los días infinitos,
la lluvia, la tristeza,
la
ternura y sus ojos ciegos, pero azules.
Nos une
Algo
oscuro como delirio y cenizas,
como la
palabra adiós cuando la soledad calla
pero
vence.
¿Sabes
lo que es la vida
cuando
se ama pero estamos solos?
Es no
poder decirlo
y ser
una herida sin respuesta.
Es
abrir los brazos
y
encontrar la ausencia
y
escribir nada mas que un eco, una campana de oro sepultada en la bruma.
Es
gritar la palabra recuerdo
en la
mitad de un beso, en la mitad de un verso
tan
violento y tan inútil como todo el recuerdo.
Es
amarnos
con
el corazón vacío
como un
pájaro cuando nace.
Pero
amarnos hasta el fin,
en la
soledad,
en
el día interminable
aniquilado.
Cartas a mi sangre
1
Soy
un mito. Estoy fabricando mi espejo y con un placer asesino me dejo aniquilar
por este vidrio que de tanto copiar, crea.
Furiosa
sed de vivir hasta vivir. Y no mechado de sol, robando a escondidas de nuestra
mano, que no sabe robar: olores verdes, misa con cruz hecha de carne y sangre,
goce limitado por lunas borrachas de mirarse y desearse. Y vestidas por algún
sueño frustrado sin soñar.
Y
la noche. Sólo ella es constante en su locura. (Pero todavía puedo crear
cucarachas para enloquecer mis sábanas y equilibrar la cordura).
Las
mañanas mueren con sol y sin reposo. Las mañanas mueren levantando senos que me
viven con su implacable desafío de no saber nunca. Pero yo tampoco sé. Y
entonces quizás ser feliz y tener hijos como un Dios de catecismo. Y sin
redención. Pero con cruz.
¿Acaso
hay muerte alguna vez? Ahora, aquí y ahora, hay este eterno vivir, este vivir
sin causa y casi sin hombre. Y toda hora sabiendo y sin decidir es una agonía
que vivo con mi verdad. Y mi ser es una joroba de ángel, un contrahecho de
verdades. Negar o aceptar es suicidarme un poco, a medias, existiendo. Fuga y
retorno resueltos sin resolverme. Uno de mis pies está apoyado en el mundo, el
otro en nada. Y éste es mi equilibrio.
Estamos
en una existencia dilatada entre lo azul y lo azul, una existencia que no
podemos dejar de amar ni siquiera con todo nuestro odio.
Ah,
y el tiempo, el tiempo. La angustia sin horas ni minutos, la angustia burlada
pero llena de sí misma, rebasándose, la infinita angustia.
Y
el amor, alcahuete del alma, que me hace feliz, irreparablemente feliz.
Hay
una impotencia de estrellas. Impotencia de estrellas que no pueden ser hacia
arriba. Imposible sed, copa ebria de vaciarse. Las estrellas deberían ser
paganas.
Soy
un Lázaro paralizado entre la vida y la muerte, por un Jesús sin ganas. Soy un
creador sin reino y con creación. Creación para nada. Y sin pausa.
2
Siento
ganas de morir hacia todas partes. Siento ganas de morir lejos de mí. Siento
ganas de morir con todo el ser.
Escribir,
tomar café, fumar: nada. Pero escribir, tomar café, fumar.
Y
un dios desteñido con el azul, de pensarlo. Un dios disuelto en la mirada
neurótica de la página en blanco.
Yo
sé que lo eterno muere hoy, en esta página.
Siento
ganas de morir. Y más. Siento ganas hasta de estar enfermo después de morir.
3
La
palabra es un hueco que comienza a crecer, antes y después de los labios. Y hoy
las palabras me nacen en la columna vertebral, bebiendo sus propios cuerpos
hasta volverse invisibles.
La
tierra no es redonda para mis pies, que la descubren todos los días. Pero la
muerte tiene la dimensión exacta de mis pies y no la de mi voz. Ese es el
equívoco. Y las distancias se rompen al cruzar mis labios, como una bandada de
sed.
Además,
es tonto haber nacido de ochenta y nueve años y media estrella. Y es tonto que
la muerte viaje con mayor precisión y velocidad en mis puntos suspensivos. Y es
demasiado tonto haber nacido en el tiempo, a contramano de hablar y callar.
He
caminado desde el amor hasta después del suicidio. Y sé que la muerte y el
silencio son cortos para la lejanía de mis pies, y que muero en mis manos, de
la infinita distancia que hay entre ellas y yo.
Yo
deseo comenzar a ser en la última mirada, ésa que donamos a la tierra, como un
espasmo de ser. Y, tal espasmo me salve del riesgo de no querer ser eterno.
Yo
no sé morir. Sin embargo, por mi muerte soy zurdo. Y hasta tengo por costumbre
vivir de ese lado.
Pero
vivir debería ser algo mucho más simple que nacer o morir. Algo así como
amarnos. Pero la vida es una estrella encendida con un fósforo.
Y
yo soy el que está clavado en el lugar donde los sueños piensan.
He
palpado una caída después del último fondo. He creado una angustia para que
Dios comience a pensar. He hablado con la voz que grita en los pies de los
muertos. Pero en mi voz hay ahora tinieblas que nunca serán mías.
Y
aquí, sobre el vértice de mi imposible, necesito crear. Crear mi grito, el
único, el grito de mi muerte a Dios.
Mario
Morales (1936-1987) nació y vivió en Argentina. Fue profesor de filosofía,
poeta y maestro de poetas, creador junto a Roberto Juarroz de la revista
poesía=poesía. Creo también la revista y editorial Último Reino. En 1973
recibió el premio Fondo Nacional de las Artes por su libro Plegarias. Es autor
de los libros Cartas a mi sangre (1958), Variaciones concretas (1962),
Plegarias o el eco de un silencio (1974), La canción de Occidente (1981), La
tierra el hombre el cielo (1983) y En la edad de la palabra (1986). En 2012 se
editó La distancia infinita, Antología poética 1958-1983
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