Delante
de ti me veo en el espejo que no acepta cambios, ni corbata nueva ni peinarse
en esta forma. Lo que veo es eso que tú ves que soy, el pedazo desprendido de
tu sueño, la esperanza boca abajo y cubierta de vómitos.
Oh
madre, tu hijo es éste, baja tus ojos para que calle el espejo y podamos
reconciliar nuestras bocas. A cada lado del aire hablamos de cosas distintas
con iguales palabras. Eres una columna de ceniza (yo te quemé), una toalla en
la percha para las manos que pasan y se frotan, un enorme búho de ojos grises
que espera todavía mi nombramiento decorativo, mi declaración conforme a la
justicia, a la bondad del buen vecino, a la moral radiotelefónica. No puedo
allegarme, mamá, no puedo ser lo que todavía ves en esta cara. Y no puedo ser
otra cosa en libertad, porque en tu espejo de sonrisa blanda está la imagen que
me aplasta, el hijo, verdadero y a medida de la madre, el buen pingüino rosa
yendo y viniendo y tan valiente hasta el final, la forma que me diste en tu
deseo: honrado, cariñoso, jubilable, diplomado.
Julio Cortázar (Salvo el
Crepúsculo)
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