La poesía y los imbéciles
Por Aldo Pellegrini [20 de diciembre 1903 - 30 de marzo 1973]
La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta
de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con
cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los
imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los
inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La
característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de
poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene
todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética:
la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como
un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores
(el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el
único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en
primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los
gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los
burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde
el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de
poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico,
del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante
los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los
imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo
así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se
convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de
incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de
lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al
hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes
domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en
quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se
puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que
sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de
sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de
expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la
palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la
creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad
misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella
misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de
incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador,
que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable
para los imbéciles.
[Revista Poesía Nº 9, agosto de 1961]
Fuente: http://www.elortiba.org/ap.html
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